martes, 1 de mayo de 2007

Voces: El bajo en la ópera

por Charles H. Oppenheim

En el siglo XVIII y en parte del XIX no existían muchas diferencias o clasificaciones en las voces masculinas más graves, que para nosotros ahora son obvias: por ejemplo, entre el bajo y el barítono.

Todavía en el siglo XX hubo cantantes prodigiosos que han incursionado en varios repertorios: Ramón Vinay fue tenor dramático en su juventud, barítono en su madurez, y cantó arias de bajo en su vejez. Plácido Domingo empezó cantando como barítono, pero en su carrera ha destacado como tenor. Juan Pons empezó siendo bajo y ahora es barítono. Y claro, ahora contamos con una amplia variedad de esos cantantes híbridos que llamamos “bajo-barítonos.”

Pero vivimos en el mundo de la especialización, por lo que no es sorprendente que también el canto operístico se incline cada vez más en esa dirección.

El bajo es el cantante que puede entonar las notas más profundas que puede alcanzar el ser humano, y por eso se considera que es una voz que refleja madurez, sabiduría y experiencia. No es casual que a los bajos les haya correspondido interpretar, en la ópera, a los padres de los héroes (como Fiesco en Simon Boccanegra), sacerdotes o profetas (como Sarastro en La flauta mágica o Zaccaria en Nabucco), reyes y zares (como Felipe II en Don Carlo o Boris Godunov) y hasta al mismo diablo (como en Mefistofele de Boito y Faust de Gounod).

Rara vez veremos a un bajo interpretar a un hombre enamorado (a menos que sea el tramposo enamorador Don Giovanni de Mozart), pero eso no significa que sea siempre un convidado de piedra (como el Comendador de la misma obra maestra de Mozart), sino que también abundan los roles en los que expresa profundas emociones humanas, de las más cómicas a las más trágicas; de las más sublimes a las más ridículas.

En el libreto del muy recomendable álbum de duetos para barítono y bajo "No Tenors Allowed" (que podríamos traducir como “Tenores, abstenerse”), interpretados por Thomas Hampson y Samuel Ramey, se señala que los tenores se justifican porque las óperas normalmente cuentan una historia de amor y la voz tenoril es la que mejor representa a los jóvenes enamorados, ingenuos, apasionados... y lo más interesante que nos ofrecen son sus notas agudas. Pero quienes verdaderamente cimbran el mundo de la ópera, manipulando la acción con sus intrigas palaciegas y su sólida posición política, social y financiera, son los barítonos y los bajos.

Aunque las sopranos y los tenores encabezan los repartos y los papeles protagónicos de muchísimas óperas del repertorio actual, resulta sorprendente tomar conciencia de la cantidad y calidad de las óperas que tienen como papel principal a un bajo o bajo-barítono: El castillo de Barba Azul de Bartok, Wozzeck de Berg, Mefistofele de Boito, Don Pasquale de Donizetti, Porgy and Bess de Gershwin, Le nozze di Figaro y Don Giovanni de Mozart, Boris Godunov de Mussorgsky, Der Fliegende Holländer de Wagner, Don Quixote de Massenet, Mose in Egitto de Rossini, King Priam de Michael Tippett, Attila de Verdi, Aleko de Rachmaninov, Una vida por el zar de Glinka y Edipo de Enescu, entre otros.

Pero aún entre los múltiples roles secundarios reservados para bajo, sus compositores escribieron arias hermosas y memorables.

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