sábado, 28 de abril de 2007

Los bajos en la era del gramófono


por Charles H. Oppenheim

Si bien Feodor Chaliapin fue el primer bajo de la historia en aparecer en una película (hizo dos: Iván el Terrible, en 1915, en plena era del cine mudo; y Don Quijote, en 1933), no fue el primero —aunque sí de los más prolíficos— en grabar discos. Entre 1901 y 1936, dos años antes de su muerte, grabó alrededor de 600 discos.

El primer cantante en grabar un disco, en 1889, fue también un bajo: el danés Peter Schram, quien de joven había sido alumno del tenor y maestro español, Manuel García hijo. La noche de la grabación, el cantante cumplía 70 años de edad y se despedía de los escenarios de Copenhague interpretando el papel de Leporello. En un primitivo aparato magnetofónico, después de la función de Don Giovanni, sus amigos le persuadieron de cantar, en danés, dos arias del mismo personaje: “Notte e giorno a fatticar” y la primera parte de “Madamina”: llamada “el aria del catálogo”.

El siglo XX se caracterizó por la preservación de las grandes voces operísticas en disco. Desde las grabaciones más bien planas de los grandes bajos de la transición del siglo XIX al XX, con el ruido y gis característico de los primitivos gramófonos, hasta las modernísimas versiones digitales de alta fidelidad, las grabaciones discográficas se han convertido en el estándar para estudiantes, cantantes profesionales y melómanos por igual.

Hoy podemos darnos una idea de cómo eran las grandes voces de la primera mitad del siglo XX: Plançon y Journet entre los franceses; el australiano Malcolm McEachern; el ruso Mark Reizen y el ucraniano Alexander Kipnis; el noruego Ivar Andrésen, los alemanes Richard Mayr (dícese que fue el mejor Baron Ochs de Richard Strauss y creador de Barak en Die Frau ohne Schatten), y Ludwig Weber (considerado por muchos como el mejor bajo wagneriano del siglo XX); el español José Mardones; el griego Nicola Zaccaria, los italianos Nazzareno de Angelis, Tancredi Pasero y Nicola Rossi-Lemeni; el buffo italiano Salvatore Baccaloni, tal vez el bajo cómico más importante del siglo XX, que influyó en las generaciones subsecuentes, como el suizo Fernando Corena, el americano Ezio Flagello, y los italianos Sesto Bruscantini, Enzo Dara, Paolo Montarsolo, Simone Alaimo y Michele Pertusi, entre otros.

Capítulo aparte merece el gran el basso cantante de entre guerras, Ezio Pinza. Dice Robert Lawrence en su libro A Rage for Opera: “Si hay un artista que fue favorecido por los dioses, fue Ezio Pinza... Su voz era natural, con un color oscuro y voluptuoso que podía volverse espaciosa y noble, según cada estilo de canto. Pinza cantaba en ese legato acariciante y velado que favorecen los bajos italianos, prefiriendo cubrir y oscurecer la calidad más brillante de su instrumento...”

Nacido en 1892, el joven Pinza compartió el escenario con sus colegas más maduros: Journet y Chaliapin. Aunque era el bajo principal del Metropolitan de Nueva York, humildemente aceptó cantar el rol secundario de Pimen, para tener el honor de cantar con Chaliapin, quien encarnó el rol protagónico de Boris Godunov.

El repertorio de Pinza incluía de todo, con excepción de la ópera contemporánea, aunque al final de su carrera incursionó con éxito en el género del musical de Broadway con South Pacific, poco antes de morir, en 1957.

Las escuelas nacionales han tenido una gran influencia en los estilos y colores de las voces que han producido. Entre los bajos que aparecieron durante la segunda mitad del siglo XX, destacan los educados en la escuela rusa, como Paata Burchuladze, y los búlgaros: Boris Christoff, Nicola Ghiuselev y Nicolai Ghiaurov, quienes realmente llegaron a dominar los escenarios de Europa.

Los finlandeses profundos Kim Borg, Matti Salminen y Martti Talvela, se especializaron en los repertorios dramáticos de la escuela rusa, así como en los roles verdianos y wagnerianos. Talvela, enorme de estatura y con una resonante voz de tuba, destacó no sólo como cantante de ópera sino también como liederista.

Entre los alemanes, las voces graves más portentosas del último medio siglo han sido las de los bajos de voz “negra” o Schwarzer Bass. Además de Gottlob Frick, destacaron Kurt Böhme, Karl Ridderbusch, Kurt Moll, Kurt Rydl y, últimamente, Franz Hawlata. Entre los ingleses, destacan Alastair Miles y John Tomlinson.

Y entre los máximos exponentes de la escuela italiana, de la segunda mitad del siglo XX, destaca el lirismo del basso cantante. En el lugar más prominente figura el italiano Cesare Siepi (sin duda el más importante bajo italiano de la segunda posguerra), que ejerció gran influencia sobre los bajos cantantes más jóvenes, como Ruggero Raimondi, Ferruccio Furlanetto, Roberto Scandiuzzi, Carlo Colombara, Ildebrando D'Arcangelo, Michele Pertusi, Lorenzo Regazzo y tantos otros.

De manera similar, durante las décadas 80 y 90, el nombre que ha sido sinónimo del Mefistofele de Boito es el del gran bajo estadunidense Samuel Ramey, heredero de la tradición que impusieron los americanos Jerome Hines y Norman Treigle, quienes dominaron los escenarios neoyorkinos del Metropolitan Opera y el New York City Opera durante décadas.

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